Desde el pasado 5 de mayo puede verse en el CaixaForum de Barcelona una excelente exposición del fotógrafo francés Jacques Henri Lartigue (1894-1986), un bon vivant que hizo de su vida una obra de arte. Revisando cada una de sus fotografías haces un recorrido fascinante por la vida de una persona que ha disfrutado viviendo, experimentando, sorprendiéndose de los avances de nuestra sociedad y de la belleza que desprenden las pequeñas cosas. Además, Lartigue tuvo la habilidad de saber capturar estos pequeños detalles, esos momentos precisos retenidos en un proceso químico que los hace imperturbables y duraderos, que permiten que 70 o 80 años después, nosotros podamos ser partícipes de esas mismas experiencias.
Precisamente, esta exposición se titula «Un mundo flotante» con la intención de remarcar la obsesión de Lartigue por captar esas pequeñas cápsulas de felicidad, voluntad que además desarrolló precozmente, a la tierna edad de ocho años al iniciarse con su primera cámara fotográfica. Sorprenden esas primerizas fotografías de una infancia feliz y acomodada, pero ya se intuyen esa obsesión por capturar el instante. En esta primera época se recrea en un mundo que poco a poco desaparecerá, la sociedad de preguerras, con sus vestidos decimonónicos recargados y ostentosos, en ella nos muestra la cautivación que suscitaban en esta sociedad las nuevas invenciones en el campo del transporte y el ocio, los deportes y el mar, que siempre será uno de sus temas predilectos. Más adelante, en su juventud, que coincide con los fascinantes años 20, la explosión de color, la felicidad y sobre todo la belleza, caracterizada por sus musas irradian todas sus fotografías. La obsesión por captar un mundo flotante en este punto ya es mayúscula y no abandonará su fotografía hasta el final, como podemos ver en la exposición: captura saltos, sonrisas, expresiones de júbilo, etc. En todo caso, sorprende, por otro lado, la ausencia de elementos negativos que perturben esa línea narrativa, elementos que a buen seguro debió sufrir, como todos los europeos, con los mazazos que supusieron ambas guerras mundiales. Lo cierto es que Lartigue ni los menciona y ni les da pábulo. La vida sigue y la belleza continua imperturbable.
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