Siempre me ha fascinado el opio, una droga con un contenido sensual y una áurea onírica singular. Una droga de otras épocas, de un mundo distinto, encorsetado en unos convencionalismos sociales y unos tabús que fácilmente se mancillaban. Cruzar la línea de lo prohibido era mucho más tentador que ahora, época de grandes libertades y progresismo barato.
A finales del siglo XIX y principios del XX el opio intoxicó con su magnetismo a personas de todas las condiciones, abogados, ricos terratenientes, bohemios, o mugrientos pordioseros, todos ellos alienados en camillas roñosas y rodeados de una niebla narcótica de felicidad irreal.
No debe pensarse en la vida con la mente, sino con el opio». André Malraux, ‘La condition humaine’
El opio, gracias a su ingrediente activo, la morfina, adormece el dolor, produce júbilo, induce al sueño -por eso fue utilizado como calmante infantil- y reduce las aflicciones. En el siglo XIX era el ingrediente primario de incontables medicinas de patente que se utilizaban para aquietar a los bebés llorones, calmar los nervios destrozados y restaurar una apariencia de salud a millones de personas. Lo cierto es que el opio era un reclamo popular en la incipiente publicidad de la época.
El mal del siglo XIX
La moda del opio que alarmó a gobiernos y ciudadanos se alargó durante casi un siglo. El «sagrado jugo de la amapola» llegó a Occidente alrededor de 1850 traído de China por los viajeros y marineros europeos y los inmigrantes chinos. Dotado de un aura sin igual de decadencia oriental atrajo por igual a escritores, artistas y gente rica como a marineros, prostitutas y gente a la deriva, vamos, los márgenes de la sociedad por arriba y por abajo. En realidad, el espíritu de aventura y curiosidad que dio a la mente el siglo XIX la libertad de experimentar con lo desconocido, provocó una reacción que se manifestó en el arte y la literatura.
Pero la historia del opio viene de muy lejos: hay pocas dudas de que la adormidera fue utilizada y comercializada durante milenios por todo el Mediterráneo, el Cercano Oriente, el Asia Menor y la Europa Occidental como una planta de múltiples beneficios, que daba alimento, forraje, aceite y combustible. Su relación con la literatura se inicia también muy pronto con un pasaje de la Iliada de Homero en la que Helena de Troya adereza cierto vino con nepenthes, «una droga que tenía poder contrario al aguijón de la aflicción y la ira al desvanecer todas las memorias penosas». Más tarde el mismo Ovidio, prócer del latín clásico, aludía a él en sus Fasti (Fiestas):
Su semblante calmado adornado de amapolas, trajo la noche, y en su séquito trajo sueños oscuros
Científicamente la magia de la amapola viene de la morfina, el principal ingrediente activo del opio. Friedrich Wilhelm Sertürner aisló la morfina y publicó sus resultados en 1805, y su popularización irrumpió en pleno siglo XIX con la invención de la aguja hipodérmica funcional por parte del doctor Alexander Wood en 1853. Al actuar como analgésico y aliviar el dolor, la morfina bloquea los mensajes de dolor al cerebro, produce euforia y amortigua las ansiedades y tensiones. También suprime la tos, estriñe al inhibir el flujo de jugos gástricos, retarda la respiración y dilata los vasos sanguíneos de la piel.
Por su parte la heroína, una sustancia semisintética derivada de la morfina, fue creada en la década de 1870 y redescubierta en 1898 por Heinrich Dreser, un químico de la Bayer. La heroína fue inicialmente comercializada como remedio para la tuberculosis, la laringitis y la tos. Irónicanamente, fue también alentada como cura potencial para la dicción a la morfina.
Literatura adormidera
El poder del opio fue tal en el siglo XIX que originó dos guerras entre Inglaterra y China, ganadas por la primera, que desembocaron en que para 1856, con la piratería en pleno auge, el contrabando del opio y la adicción llegaran a niveles nunca vistos. A todo ello, ayudó la ingente cantidad de inmigrantes que fueron llegando a las grandes ciudades europeas y norteamericanas. Además, la fascinación occidental por el opio y la vida en Oriente se vio popularizada por la palabra escrita. A modo de ejemplo, en 1845, un grupo de escritores franceses fundaron el Club des Haschichins con la meta de experimentar con el hachís y el opio, al mismo pertenecieron, ni más ni menos que Honoré de Balzac, Charles Baudelaire o Eugene Delacroix.
En este sentido, un caso representativo del mimetismo que provocó el opio con la creatividad artística de la época, es el de Jean Cocteau (1889-1963), poeta, escritor, cineasta, novelista y artista que en 1928, ingresó, como fumador de opio veterano, en la clínica Saint Cloud para desintoxicarse (donde produjo la obra Opium: journal d’une désintoxication) y cuyas palabras de despedida no dejan ninguna duda sobre la eficacia del tratamiento:
El trabajo que me explota necesita opio, necesita opio para dejar el opio, de nuevo, necesitaré meterme en él. Y me pregunto: ¿debo o no tomar opio?… Lo tomaré si mi trabajo lo requiere.
Y lo requirió. Cocteau regresó a fumar opio y siguió produciendo obras asombrosas.
La gran expansión
A partir de la segunda mitad del siglo XIX el opio se volvió una enfermedad universal con su llegada a la costa oeste y este de Estados Unidos. El opio arribó a Nueva York en 1876 y, entonces, los fumaderos de opio se multiplicaron. Ocupados por entero por una casa de tres pisos con pesadas cortinas, ocultaban en su interior un amueblado simple con las esterillas teñidas de rojo y un brumoso humo adormecedor. Por su parte, el instrumental para fumar opio constaba de una pipa, una lámpara de alcohol, una larga aguja y un contenedor de pasta de opio, todo colocado en una bandeja.
Siempre hay necesidad de intoxicarse: China tiene el opio, el Islam tiene el hachís, el Occidente tiene a la mujer… Quizá el amor está por encima de todos los medios que utiliza el hombre para liberarse de la condición humana…» André Malraux, ‘La condition humaine’
Pero a inicios del siglo XX la situación se tornó peligrosa, de pasar de ser un vicio exótico pero legal pasó a ser una actividad criminal manejada por pandillas que vendían drogas por las calles. El 1 de febrero de 1909, la primera Conferencia Internacional sobre el Opio se reunió en Shangai, y tras una segunda (1912) y una tercera (1914) en La Haya se llegó a un acuerdo para propiciar un control más estricto de los narcóticos. Estas conferencias, y otras más, impulsaron a los países a adoptar legislaciones restrictivas en materia de tráfico de drogas que desembocaron en la Poisons and Pharmacy Act de 1908 en Gran Bretraña, la Smoking Opium Exclusion Act de Estados Unidos en 1909, o la Opium and Narcotic Drug Act de 1908 en Cánada. Era el principio del fin del reino de la adormidera en la civilización occidental. Otras drogas llegarían más delante para satisfacer esa necesidad humana de la evasión, de la felicidad artificial.
Libro recomendado: Opio, un retrato del demonio celestial (Barbara Hogson, 1999).
genial como siempre
😉
Me lo he leído de un tirón y tu ya sabes lo que a mi me gusta leer,opino como isak *genial*
gracias, gracias… genial que lo leáis!
Tato eres un crack .el pesado de nuestro padre nos lo ha echo leer en silencio je je! Pero ha valido la pena porque nos gustado very much tiarro
Bon bah j’en parlerai sur mon blog
Je suis arrivée sur ton site par hasard puis je ne le regrette pas du tout !