De Roma se dice que es la ciudad eterna, una afirmación que en cierta manera responde a la realidad. Desde su mitológico nacimiento de manos de Rómulo y Remo en el 753 a.C. hasta nuestros días, la ciudad ha mantenido un protagonismo especial en nuestra historia. Antes, como capital imperial de la civilización más importante de la Antigüedad y desde su caída como garante de la religión cristiana y sede de la máxima autoridad del catolicismo. Éste hecho fue el que permitió a la ciudad sobrevivir, con más o menos esplendor, hasta nuestros días, no como otra históricas capitales como Atenas, sumergida en la oscuridad de la historia durante siglos bajo el yugo otomano.
Pero Roma, tras la caída del Imperio Romano en el año 456 d.C., dio la espalda a su esplendoroso pasado haciendo que toda su belleza clásica (y pagana por entonces) cayera en el olvido. La Edad Media trajo consigo la reutilización de algunos edificios como iglesias o la mera destrucción del patrimonio a base de la amortización de materiales constructivos. Sólo el afán de conservación de las órdenes monásticas pudo salvar al menos parte del legado clásico escrito. Pero con la llegada del Renacimiento surge un nuevo interés por la civilización romana y en redescubrir toda su maravillosa obra civil.
Uno de los ejemplos más espectaculares y conocidos de este fenómeno lo encontramos en la figura de Étienne Dupérac, pintor, dibujante y grabador francés que en 1575 publicó el libro I vestigi dell’antichità di Roma, obra que recoge una impresionante colección de 40 grabados de las ruinas romanas que todavía quedaban en pie mil años después de la caída del Imperio. Un documento excepcional que nos permite viajar en el tiempo a una Roma virgen de turismo, provinciana y tristemente melancólica, y ver como si de fotografías se tratara alguno de los restos históricos más emblemáticos de la ciudad. De entre los grabados podemos observar, entre otros, el arco de Septimio Severo, el Foro, el Circo Maximo, el Templo de Juno, las Termas de Diocleciano, etc.
Dupérac también publicó un plano de la Antigua Roma, Urbis Romae Sciographia, y otro libro con reconstrucciones de los mismo grabados, Disegni de le Ruine di Roma e Come Anticamente Erono. A su vuelta a Francia recibió el encargo de pintar el Cabinet des Bains del castillo de Fontainebleau y diseñar los parterres y jardines del mismo, según los gustos italianos de la época.
Podéis descargar el libro completo en varios formatos aquí.
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