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James P. Johnson y la locura por el Charleston

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En los felices años 20 se vivió una de tantas locuras hedonistas importadas de EE.UU., el baile del Charleston. Tras la devastadora Primera Guerra Mundial la Vieja Europa quería olvidarse de todos sus males y abrazó con entusiasmo emocionado cualquier novedad que la incipiente industria cultural norteamericana tuviese a bien de compartir. La gente tenía ganas de romper esquemas, de beber y de bailar hasta el infinito y el charleston era el baile indicado para sacar todo ese desenfreno que compungía a las atormentadas mentes de los europeos.

El fenómeno del charleston bebe directamente de la fuente de la música jazz, se trata de un baile de origen sureño y negro, que uno de los pianistas más celebrados e icónicos del jazz, James P. Johnson supo dotar del punto socarrón que necesitaba el momento. La fiebre del charleston, como suele pasar con todas las epidemias, duró muy poco, apenas un puñado de años, pero ha pasado a la historia como uno de los elementos más distintivos de los llamados locos años 20.

James P. Johnson nació en 1894 en New Brunswick, Nueva Jersey, muy lejos del sur, y tuvo una educación musical clásica exquisita. Había sido alumno de un discípulo del famoso compositor y pedagogo ruso Rimsky-Korsakov, y una de sus máximas aspiraciones era convertirse en compositor de música clásica. Pero la historia de la música le guardaba un lugar preferencial como pieza capital para el desarrollo de la música jazz.

En este blog ya hablamos hace un tiempo de Buddy Bolden y los orígenes del jazz en New Orleans, pero la internacionalización de la música jazz en los años 20 vino de la mano de su llegada y eclosión en los clubes de Nueva York con una importancia capital del renovado barrio de Harlem.

La música jazz emigró al norte a partir de la década de 1910 junto con los miles de afroamericanos que huían de unos estados sureños que continuaban oprimiendo y linchando sus miserables vidas, todo ello unido a la llamada de un norte cada vez más industrializado impulsado por la increíble demanda que manaba de la Gran Guerra europea. Por culpa de la guerra la inmigración exterior, básicamente europea, se había paralizado y con ello su inacabable fuente de obreros. Fue el momento en el que los inmigrantes sureños ocuparon su lugar en las grandes industrias del norte. Ciudades como  Chicago o Detroit, triplicaron o sextuplicaron su población afroamericana en esos años cambiando por completo el mapa socioeconómico del Norte de Estados Unidos.

Pero con esos miles de emigrantes también viajaron muchos músicos de Nueva Orleans, especialmente tras el cierre del mítico barrio de Storyville, cuna del jazz, en 1917. Se estaba creando el caldo de cultivo para el florecimiento de la música jazz y su expansión por todo el mundo.

La llegada del jazz a la ciudad de Nueva York, la gran Babylon del momento, se hizo a través de Harlem, un barrio que hasta principios del siglo XX había acogido numerosas minorías de inmigrantes como judíos del este europeo, italianos, alemanes o irlandeses, pero a partir de 1905 los precios del alquiler de la ciudad cayeron en picado y eso hizo que muchos de estos inmigrantes pudieran trasladarse más hacia el centro de Manhattan. Los negros que hasta ese momento habían vivido muy dispersos por varios barrios de la ciudad empezaron a mudarse a esta zona mucho más económica. Hacia 1920 Harlem acogía a cerca de 200.000 afroamericanos, lo que la convertía en lo que ellos llamaban «la capital negra del mundo».

6 Archibald John Motley, Jr (American Harlem Renaissance painter, 1891-1981) Black Belt

Allí proliferó el jazz que habían importado de Nueva Orleans cientos de músicos y en uno de sus primeros símbolos, el Clef Club de Jim Europe y sus mastodónticas orquestas de hasta 100 o 200 músicos inició su carrera el joven Johnson. James escribía arreglos para los ragtime de Europe al tiempo que lo compaginaba con delirantes apariciones al piano en las denominadas «jungles», fiestas inacabables que se desarrollaban en garitos de mala muerte del Hell’s Kitchen neoyorquino. Allí se dice que creó el estilo de jazz pianístico fusionando el omnipresente ragtime con el blues, el ritmo del swing y la chispa de la improvisación continuada.

Johnson también fue el creador del ‘stride piano‘, cuyo nombre deriva de los saltos (strides) que daba la mano izquierda al tocar, alternando notas potentes en los tiempos débiles, con acordes en los tiempos fuertes. Fue llamado como «Harlem stride» o «estilo Harlem» y Johnston fue uno de sus principales valedores. En uno de sus primeras grabaciones discográficas de 1921, el mítico Harlem strut, pueden escucharse estas derivaciones rítmicas que dieron nombre al estilo.

Entonces llegó su gran momento la publicación de Carolina Shout y su famosísima canción Charleston que daría nombre al fenómeno que recorrería Estados Unidos y el mundo entero a partir de 1923. El título de la canción ya revela claramente el origen de este baile, las raíces culturales de la población negra de Carolina del Sur. Se trataba de un baile originado a principios del siglo XX como danza folklórica del que Johnson tomó la inspiración para crear su particular fórmula del éxito.

Carolina Shout se popularizó enseguida entre los cada vez más atestados locales negros de Harlem que ya no sólo acogían a sus habitantes sino que se habían convertido en un circuito habitual de los blancos más liberales y modernos de Nueva York. El éxito de Carolina Shout hizo que Johnson compusiera otra canción similar, Charleston, en homenaje a esta ciudad, para el futuro musical negro Runnin’ Wild, un auténtico bombazo de la época.

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El charleston es una danza bailada en un compás de 4 tiempos, alternando brazos y piernas principalmente, con una gran movilidad en los pies. Se puede bailar acompañado o en solitario, sólo que cuando se baila en solitario los movimientos suelen ser más libres y espontáneos. Una de las características principales de este baile es la improvisación y la energía, dado que suele ser duradero y rápido.

Su paso a Europa tuvo otra protagonista esencial en Josephine Baker y su espectáculo en el  Folies Bergère que hizo expandir sin solución de continuidad este baile por todas las pistas de baile del mundo como si de una enfermedad se tratara. El éxito del charleston ha de entenderse en el contexto de un momento de especial sensibilidad hacia las nuevas modas importadas de Estados Unidos, que en ese momento se estaba ya erigiendo como el gran suministrador cultural de la cultura occidental. El cine de Hollywood, sus estrellas y los productos norteamericanos, acompañaron al charleston en su progresiva conquista de Europa.

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Pero la moda del charleston apenas duró unos pocos años y ya en 1927 había decaído superpuesta por nuevos bailes que surgían de la inagotable fuente de entretenimiento en que se había convertido Nueva York. Posteriormente, en los años 30 y 40 vivió una segunda juventud asociada a los extenuantes concursos de bailes y la moda del Lindy Hop, de la que ahora vivimos el enésimo revival en nuestros tiempos.

Por su parte, James P. Johnson aprovechó su fama para reorientar su carrera hacia cotas más elevadas, trabajando para Broadway y Hollywood, y componiendo sinfonías, conciertos para piano y hasta una ópera blues, que tocaba en lugares excelsos como el Carnegie Hall de Nueva York. De los bares más infectos de Manhattan hasta las grandes catedrales de la música contemporánea americana, gracias a un ritmo infernal que protagonizó uno de los capítulos más sorprendentes del siglo XX cultural.

Fuentes: ‘Jazz. Nueva York en los locos años veinte‘ (Taschen, 2013) + Wikipedia.

 

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